Demoledor artículo de Sergio Hernández Ibrahim que critica el papel liquidacionista anti-independentista adoptado por la mayoría de los 'comunistas ortodoxos' frente al 'nacionalismo' en el seno de PCU y UPC (años 70 y comienzos de los 80 del siglo XX) Posturas descentradas libres de todo responsabilidad con la realidad canaria. El diputado enviado por UPC a Madrid, Fernando Sagaseta, es el perfecto ejemplo de estas posturas 'marxistas oficiales'.
Sergio Hernández Ibrahim. Como creo haber expuesto más arriba, la contradicción comenzó a rechinar cuando UPC conquistó un escaño de diputado al parlamento español. Todas las esperanzas se tornaron en expectativas alborozadas. ¡Al fin vamos a irrumpir en un escenario inédito para el país! ¡Canarias iba a aparecer con su propio discurso! Pero no pudo ser. El diputado, muy respetable por muchos motivos, resultó un marxista-leninista ortodoxo que fustigaba a la oligarquía española y al imperialismo, un discurso genérico que, aún siendo veraz, se expresaba en aquél contexto histórico como una tesis chirriante que avizoraba más la penosa impresión de derrota de la izquierda española que había sustentado la lucha antifranquista, un residuo en medio de una colosal maniobra de cambio político perfectamente orquestada y controlada. Un solo diputado de la izquierda que ya no estaba y que, a despecho de la realidad, agitaba el puño llamando a la clase obrera estatal a una lucha imposible, dada la evidente ausencia del nonato partido político destinado a dirigirla. ¿Quién podía enfrentársele? Todo lo más el único diputado representante de las fuerzas negras del fascismo, patético remanente de un régimen que se fue y que también se desgañitaba aventando los vientos del pasado reciente. Ese dramático destino de un nacionalismo que por definición clamaba por un futuro, obligado históricamente a pactar con las corrientes nostálgicas del izquierdismo antifranquista. Un diputado que en cuanto arribaba a Madrid era escoltado por sus congéneres, viejos y meritorios camaradas veteranos de mil y una luchas (más en concreto, del minoritario PCE VIII y IX Congreso) arropado en la confortable solidaridad de siglos de peligros comunes, transportado al delirio de las soflamas comunistas –honrosas por su extracción pero excesivamente abstractas en un contexto de inminente estabilización- que muy pronto vendrían a convertirse en sinónimo de lo antaño. Un diputado inmerso en una generación que declinaba a ojos vista, lista para desaparecer. Ahí se probó el desgarro que afloraba en el Programa Político de Pueblo Canario Unido [después Unión del Pueblo Canario], que intentaba conjugar lo nuevo y lo viejo. Era imposible mezclar las dos tendencias; una tenía que prevalecer. En Madrid, el marxismo-leninismo ortodoxo, apoyado en un grupúsculo aislado; en Canarias, un nacionalismo tildado por los representantes del orden como ejemplo de griterío y confusión.
La ironía de este proceso no fue que cada corriente de la coalición tradujera su miedo en quitarse de encima la bola incandescente del poder, lanzándola a la otra. Lo curioso es que cada una se empeñó en reivindicarla para sí forcejeando con la oponente. No quedaron ni los jirones y todos perdieron, aunque, en definitiva, todos querían perder, huir, los independentistas hacia delante, los otros hacia una coherencia ideológica que pusiera sobre sus pies la ortodoxia marxista del momento, léase la conquista del poder político por medios pacíficos, pues, para qué negarlo, el independentismo portaba en su seno una bomba de efecto retardado, una posibilidad de acción muy, muy, peligrosa. Como alegaban los “ortodoxos del marxismo”, ¿Quién nos garantiza que este movimiento nos lleve a la liberación social, cuando el nacionalismo no puede ofrecer ninguna seguridad, con su marasmo de populismo caótico en el que se mezclan sin orden ni concierto todas las reivindicaciones políticas de un pueblo frustrado? ¿Cómo podemos seguir personándonos en un escenario como éste, sin que se nos garantice la dirección política? Fidelidad al marxismo, Revolución Social, todo esto en medio de una crisis ideológica del llamado Movimiento Comunista Internacional, que se lanzaba sin frenos por la pendiente de la disolución y el franco descrédito pregonado por los voceros de las oligarquías imperantes.
Decía Descartes: "cuándo no podemos ya tener ninguna seguridad en las mansiones que el pensamiento ha forjado a lo largo de los siglos, es preciso construir un refugio provisional que nos preserve de la intemperie y la penuria, hallar una verdad sólida, irrefutable, de la que podamos más tarde arrancar el discurso de una nueva filosofía". Los comunistas que se habían manchado con el sudor nacionalista optaron por no moverse de las ruinas de su mansión, pero como hay que hacer algo, volvieron al redil de las libertades del sistema parlamentario, a fin de jugar el papel de conciencia crítica: ¡a la Revolución por la vía de la propaganda! ¡a la conquista del apoyo de las masas! ¡a la República! De paso, realizar el trabajo esencial de liquidar el nacionalismo pequeñoburgués, el chauvinismo, sin darle cuartel.
El complejo de superioridad ideológica de los círculos marxistas y comunistas en Canarias, esa especie de posición pretenciosa, por la que se suponen a sí mismos dotados de la piedra filosofal que les permite desbrozar las claves del devenir histórico, bastando para esto su mera adscripción (más o menos formal) a la teoría marxista. Ese papel que se atribuían de demiurgos sociales, contrastaba irónicamente con el ambiente caciquil y subdesarrollado del país. En un archipiélago carente de clase obrera industrial, de tradición pujante del Movimiento Obrero ¿Dónde podían nacer las tendencias marxistas sino en el seno de la pequeña burguesía ilustrada?
El patético aislamiento de los círculos intelectuales marxistas, faltos de todo arropamiento social de las clases trabajadoras, desperdigadas a su vez en puntos dispares del país [de Canarias, of course] en un océano de pequeñas empresas, tenía que llevar tarde o temprano a presionar a favor de una reflexión política seria acerca del carácter y la naturaleza de la formación social canaria. Pero la actitud de la pequeña burguesía tenía que desembocar en una personalidad dual que hacía de la necesidad virtud y permitía el respaldo intelectual a su inacción: Por un lado, no existen condiciones objetivas ni subjetivas para la Revolución Socialista; por el otro, sólo queda asumir el papel de escenario periférico de la Revolución y presionar por las reivindicaciones obreras, a la espera de que la liberación venga del proletariado del Estado o del proletariado internacional. ¡Y esta misma gente acusaba a los nacionalistas de delirantes!
Estas cosas pueden parecer extrañas al no avisado, pero tampoco debe causar ningún asombro. La adscripción a la teoría marxista no es, ni mucho menos, una garantía contra el desbarre, los errores – a veces gravísimos -, las tergiversaciones, la lectura genérica, mimética y superficial. ¡Se han cometido tantos errores en nombre del marxismo! Han existido tantas versiones del “socialismo científico”. En la época del predominio de la URSS y China había oficinas administrativas que suministraban patentes internacionales de legalidad partidaria y hoy vemos a dónde ha ido a parar todo eso. Y todavía les rechinan los dientes a algunos/as, al recordar las barbaridades espantosas de los “comunistas” de Kampuchea, por no hablar de las inútiles y sangrientas actividades de Sendero Luminoso en Perú. Comparada con estos hechos, las vicisitudes del movimiento de izquierda en Canarias resultan una anécdota. ¿Qué puede ocurrir con una teoría como la de Marx, pasada por el tamiz de la visión del mundo de los grupos pequeño burgueses ilustrados de Canarias?
La pequeña burguesía, tan entusiasmada con el hallazgo de una filosofía omnicomprensiva de los problemas del mundo, tan entregada a una disciplina cimentada en una lógica irrebatible, siempre a la espera del último personaje destacado que viene de cualquier parte a impartir las consignas del momento, con esa actitud prepotente que se respalda en la pujanza de movimientos políticos vigorosos. ¿Qué otra cosa puede hacer el “comunista” isleño", sino esforzarse por mantener el tipo e interiorizar el “centralismo democrático”?La adaptación al Centro. Da igual donde esté ese punto, cada vez más cambiante, lo importante es la solidaridad, llámese URSS, Cuba, Nicaragua, El Salvador. Lo importante es promover la Revolución en cualquier parte…menos en Canarias.
Esa tranquilidad ideológica que permite resolver los problemas del país con la plantilla de explicaciones genéricas que no solucionan nada, que convierten la teoría en pura fraseología que no compromete nunca a jugársela en los embates históricos, precisamente en el escenario en que nos ha tocado vivir. ¿Qué destino puede obtener un movimiento político que no está dispuesto a arriesgar nada sin garantías? ¿Quién puede pretender que la Historia le dé una póliza de seguros contra toda derrota? En el Mayo de París del 68 se pedía lo imposible. Los nicaragüenses se lo jugaron todo y, al menos, lograron cimentar un movimiento político que cuenta con un sólido respaldo popular. Claro que el nervio político del Movimiento Sandinista no estaba paralizado por la sempiterna cantinela de las angustias pequeñoburguesas.
La medida de esa tranquilidad ideológica nos la da el confort intelectual de aquellos “comunistas oficiales”. Primero se adapta la plantilla esquemática elaborada por Lenín, referente al concepto de “vanguardia del proletariado”. A continuación se autoadjudica ese papel – ¡faltaría más! -, derivado del hecho de disponer de la Teoría Oficial y, lo que es muy importante, el método de interpretación. Y, dado que la Historia puso en sus manos tales armas, los comunistas [oficiales] siempre están en la Verdad, la Única, la Irrebatible. Por eso los comunistas siempre son los buenos. Todavía es de recordar la elegía formulada por un dirigente de izquierda, a cuento del fallecimiento en Madrid del Padre Llanos –un cura militante del Partido Comunista de España-. El padre Llanos fue comunista, el padre Llanos era una “buena persona”, todo comunista es bueno. Los comunistas son un ejemplo de rectitud insobornable, de entrega apasionada a la causa del proletariado, de honradez acorde con las necesidades de la Historia. Los comunistas son un ejemplo social a seguir.
Esa especie de deificación de individuos particulares, por el simple hecho de su adscripción a un partido, todo lo vanguardia que se quiera, es la más grosera tergiversación típica de las zafias simplificaciones de la versión burocrática del marxismo, que en aquél contexto se intentaba divulgar para resaltar las notables diferencias con los nacionalistas desaforados. Afirmar que la militancia comunista transforma positivamente al individuo puede ser cierto con algunos matices, pero formular este axioma fuera de todo contexto histórico es una memez impresentable que hoy haría a Marx desternillarse de risa. Claro que la disciplina transforma a la gente, tal vez a mejor, tal vez a peor. Pero ningún partido –ninguno- ha obtenido de la Historia una patente de corso para erigirse eternamente en Supremo Interprete de la Verdad. Claro que hay muchos, muchísimos, comunistas excelentes, honrados, luchadores, pero también existen los mediocres, tramposos, bandidos y rematadamente estúpidos, y lo mismo cabe decir respecto a socialistas, nacionalistas, y...¿Qué más da? ¿Es que este discurso de la virtud social no es típico de la moralina simplona del hombre virtuoso que no se encuentra en ninguna parte?
Este intento de perfilar el ser social ideal, cuyas contradicciones personales se resuelven armónica y dialécticamente, forma parte de la pedagogía pedantesca de los iniciados en el Libro. El ser humano es una informe mezcla de instintos agresivos, miseria intelectual y tendencias bondadosas, sometido a contradicciones y resentimientos, egoísmos y mezquinas ambiciones; y si, por un casual, resulta ser una persona honesta y entregada al idealismo de una causa, tal vez detrás de las bambalinas no exista otra cosa que una sensata madurez, una visión lúcida de sus locuras. Esa versión comunista del “santo laico”, monógamo, sobrio, trabajador, fiel, meritorio padre de familia, estudioso, esa película en blanco y negro, frente a la generalidad de los seres humanos acuciados por la amargura y los golpes de la vida, frente a la generalidad que intenta salvarse como puede, ya sea con el alcohol, la juerga, la agresividad, el engaño y la mentira; gente que, sin embargo, a pesar de todo, son capaces de los más increíbles actos de entrega y solidaridad. ¿Qué decir entonces de esa visión de la vida, que intenta endilgarnos que la militancia no es un estar sino un ser?
Sólo basta contraponer esta ejemplar visión al caos y la miseria ideológica de muchos nacionalistas, tal y como la exponían los portavoces de las corrientes comunistas ortodoxas. Porque en los círculos nacionalistas también abundan (como en todos los ambientes políticos) los luchadores, los honrados y...bueno, dejémoslo estar; no los he contado, pero sé que existen algunos individuos caóticos y resentidos, cuando no borrachines o amorales. Sólo basta escarbar en las causas últimas que lleva a gentes sin tradición de lucha política a pretender situarse a la altura de los marxistas ortodoxos. Los descamisados – así les llamaban los ortodoxos – son gentes rompedoras, proclives a dejarse influenciar por cualquier teoría que avale sus pretensiones, venga de donde venga. Al decir de los “enterados”, tales posiciones siempre esconden un anticomunismo larvado. Son gentes perdidas para toda labor constructiva, es inútil intentar siquiera convencerlos con el ejemplo, orientarlos. Es preferible romper el movimiento, a permitirles arribar a la dirección política. ¡Qué lamentable discurso, y a qué lamentables resultados llevó!
Aquí resulta inevitable rememorar alguna que otra reflexión aguda de don Carlos Marx. En “Las luchas de clases en Francia” escribió: “Pero las amenazas revolucionarias de los pequeños burgueses y de sus representantes democráticos no son más que intentos de intimidar al adversario. Y cuando se ven metidos en un atolladero, cuando se han comprometido ya lo bastante para verse obligados a ejecutar sus amenazas, lo hacen de un modo equívoco, evitando, sobre todo, los medios que llevan al fin propuesto y acechan todos los pretextos para sucumbir. Tan pronto como hay que romper el fuego, la estrepitosa obertura que anunció la lucha se pierde en un pusilánime refunfuñar, los actores dejan de tomar su papel en serio y la acción se derrumba lamentablemente, como un balón lleno de aire al que se le pincha con una aguja”
¿Pero es que los nacionalistas representaban acaso el nervio político de las tendencias de izquierda y progresista? No. Más bien era una panda de heterodoxos entregados con pasión a una Idea. Una materia enfebrecida en busca de la Forma Política capaz de perfilarla, de darle una identidad. El independentismo era un cauce por el que discurrían sin orden ni concierto las ansias de miles de canari@s. En sus consignas estallaban sin ningún rigor intelectual aspiraciones seculares mezcladas con la ingenua simpatía por los regímenes políticos más progresistas, fueran o no ortodoxos. En sus ansias por afirmarse, los nacionalistas rescataban del olvido todos los agravios y abusos de siglos, el primero de ellos la tesis universitaria de la inexistencia del pueblo canario. En esa búsqueda de los orígenes lucharon a brazo partido con los estamentos y partidos oficiales, golpeándoles con el escándalo del guanchismo, rescatando tradiciones interesadamente olvidadas, aplastadas por la vida oficial. Los nacionalistas lo querían todo, aquí, ahora.