E. Fernández. CanariasSemanal. A la luz de las estadísticas, la imagen que presenta a los canarios como unos indolentes "aplatanados" muy poco proclives al trabajo parece estar tan alejada de la realidad como la mayoría de los tópicos sociales. La tendencia, además, refleja que la escasez de empleo está teniendo un reflejo en las exigencias que deben afrontar los isleños e isleñas del Archipiélago que aún conservan su puestos de trabajo. Según los datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración durante el tercer trimestre de 2011 los canarios realizaron un total de 209.500 horas extraordinarias, lo que supone un incremento del 17,4 % en relación con el mismo periodo de 2010. Estas cifras, con todo, se refieren solamente a las horas contabilizadas legítimanente. No quedan registradas, en cambio, las horas extraordinarias que muchas empresas obligan a realizar a sus empleados sin que en algunas casos sean remuneradas. Por otro lado, Canarias es también una de las comunidades con menos horas no trabajadas por vacaciones y días festivos, con 62,3 horas no trabajadas por empleado durante el tercer trimestre del año. Esto supone un aumento del 10,3% en relación con el mismo periodo de 2010, cuando se registraron 56,5 horas no trabajadas por vacaciones y festivos. Sólo Baleares (49,3) tuvo menos horas de vacaciones. Algo similiar sucede con las horas no trabajadas por "causas ocasionales", entre las que se incluyen la incapacidad temporal, la maternidad, los permisos, los expedientes de regulación de empleo, la conflictividad laboral, el absentismo no justificado, la formación o las actividades de representación sindical. Canarias fue una de las comunidades cuyos trabajadores tuvieron menos horas no trabajadas por esos motivos, unas 12,9 horas por empleado en el tercer trimestre de 2011, mientras que en el mismo periodo de 2010 ascendieron a 15 horas por trabajador.
Manuel Alemán explica la 'Indolencia del canario'
“El tercer rasgo del colonizado conforme al retrato del colonizador: la pereza.En toda situación colonial, el colonizador acusa de perezoso al colonizado. Todos los colonizadores desde el África de la Negritud, desde Indostán, China e Indochina, de todo el continente de América Latina, son coincidentes en la misma afirmación: la pereza del colonizado. Hasta tal punto se hizo de esta pereza una tesis universal que ha llegado a ser clásica en la literatura colonialista europea la “indolencia del salvaje”. Y aquí encontramos una clave explicativa de la pretendida “indolencia” de la gente canaria, que ha llegado a generalizarse bajo formulaciones diversas hasta tipificarse en el despectivo tópico del aplatanamiento del canario. Se trata de una divulgación que, desde la conquista, aventuraron los colonizadores en una táctica de difamación que es común en todas las situaciones coloniales. Las claves de esta universalización del rasgo de la pereza del colonizado en el retrato trazado por el colonizador, estriba en el juego de la dialéctica ennoblecimiento del colonizador – degradación del colonizado: su capacidad de trabajo es un título legitimador de la posición privilegiada del colonizador, su indolencia es el título justificativo de la situación desvalida del colonizado, así, dada su indolencia, se explica y justifica por qué el colonizado no puede ocupar puestos de mando, en el plano sociopolítico, y se explica y justifica por qué en el plano laboral apenas puede realizar otro quehacer más allá del ejercicio de la fuerza bruta de sus brazos.
Y así se explica y justifica por qué el trabajo tan “indolentemente” realizado no merece otra retribución que los salarios de miseria. En definitiva, se descubre que las características del retrato del colonizado están inventadas para hacer posibles las apetencias de lucro y mando del colonizador. Este retrato-acusación llega a convertirse en vivencia por parte del colonizado. Se opera en él un proceso de asimilación de la imagen que le han dado de sí mismo. La imagen transmitida le viene dada por alguien con alta significación, con carga de superioridad y, por lo mismo, con fuerza para provocar la aceptación sumisa y el acatamiento. Se opera así un proceso identificativo de sí mismo con la imagen que le han dado de fuera. Por otra parte, el contexto le imposibilita la autentificación de tal imagen, el confrontación del retrato mítico con la realidad de su persona, y termina acomodando su actividad y su conducta no a la realidad de su persona sino a las exigencias del retrato.”
Manuel Alemán en "Psicología del hombre canario", pp. 99 y 100.