Cuando un progresista
español y un progresista
canario se encuentran en
el camino, se desencadena un idilio, estallan burbujas de tanto amor
concentrado, se produce el acoplamiento de dos partículas en el infinito.
- ¡Ay… es
que tenéis un acento tan dulce!
Surge una
reciprocidad, una simbiosis durante la cháchara, un horizonte de causas. El
progresista español y el progresista canario hablan de los derechos
fundamentales de la mujer, de la lucha por la igualdad de los homosexuales, de
la necesidad de eliminar los privilegios que goza la Iglesia Católica en el
Estado Español –amén de su desencaje en la Constitución de 1978–, del
anacronismo de la monarquía, de la lucha de clases, de la revolución en el
barrio burgalés de Gamonal, del neo-liberalismo, del anti-capitalismo, y así,
sumen y sigan.
Pero siempre llega ese día ‘D’ en
que ambas mentes preclaras entran en crisis. Ese día ‘D’ en que se produce el
gran desastre:
- Yo soy independentista.
- ¿Pero… en “las” Canarias tenéis de eso?
- ¿En dónde dices?
- ¿Pero… en “las” Canarias tenéis de eso?
- ¿En dónde dices?
“Independentista,
independentista, independentista”… taladra ese guineo que, casi
imperceptible, envenena poco a poco la sangre de Eros hasta matarlo. En esta
situación, el progresista español, deseoso de paliar la situación fatal, acude
mayormente al archi-usado argumento “juntos mejor que separados”. Y es
entonces cuando el progresista canario auto-centrado, consciente de su realidad
harto reflexionada, empieza a desgranar esas perlitas sopesadas sobre su
inconsciente –por aquello de Frank Fanon– y presentes como un runrún en su
sub-consciente, y le lista la conquista asesina de los pueblos nativos de Canarias, la venta
de esclavos en Valencia y Sevilla y demás lugares de Extranjelia, los mono-cultivos,
las épocas de hambruna y la emigración, el tributo de sangre, la prohibición de
“negros, moros y canarios” de asistir a la Universidad, la consideración de
Canarias como colonia española hasta 1927, los regímenes fiscales y su balanza,
el nacionalcatolicismo y su represión cultural, la imposibilidad de control
sobre nuestras aguas y recursos naturales, etcétera, etcétera, etcétera.
Y es que, al final, el progresista
español (al igual que el facha), ni conoce ni asume cuestiones pasadas y
presentes sobre qué ha sido y es Canarias para con el Estado. El progresista
español cree (insisto, al igual que el facha) en la unidad de España y en su
grandeza. Está incluso convencido de que la historia de su pueblo es una
historia de libertad, como si el imperialismo de los libros de texto que nos
meten por los ojos no existiese. El progresista español es bienintencionistamas ciego.
Tanto, que al día siguiente parece no haberte visto aunque te pase rozando.
Porque la cuestión fundamental que aquí
se plantea a través de este suceso común es que el “juntos mejor que separados”
suena exquisito cuando las partes que conforman al conjunto, como el otro que
dice, duermen en la misma cama, pagan las facturas a medias o pasean de la mano
por El Retiro. Pero en este matrimonio, se produce aquello del “hacen buena pareja: él le pega y ella se deja”. Así, yo, pido el divorcio.
Autor: Luis Migue Azofra.
Fuente: www.tamaimos.com