Se
atribuye al científico social y economista alemán Gunder Frank la
definición del término lumpenburguesía sobre la década de los setenta. Su
significado le permitió ubicar un segmento vital en la perpetuación del modelo
económico de las regiones subdesarrolladas y/operiféricas. Casualmente todas ellas excolonias o
neocolonias, que son, todavía hoy, un mercado de mano de obra
barata, con gobiernos sin soberanía ni monopolio de la fuerza, ricos en
materias primas, con poblaciones con altas tasas de exclusión social y
marginalidad, inestabilidad social, etc… y de donde las potencias
dominantes sacan ingentes beneficios con la connivencia y complicidad
precisamente de la lumpenburguesía.
Esta se define esencialmente por ser una burguesía
autóctona con una conciencia de clase nula, imitadora de patrones, inconsciente
de las potencialidades y los recursos del medio en el que se desenvuelve, y que
es incapaz de articular una base económica autónoma, al margen de las
relaciones tuteladas que puedan suscitarse con la burguesía foránea dominante y
sus intereses prioritarios.
Gunder Frank diría que estamos definiendo algunas de
las líneas de la “Teoría de la
Dependencia”, y no le faltaría
razón, pero aquí en las Islas Canarias le solemos dar de nombre “Pacto
Colonial” y a su vez le añadimos unas cuantas décadas de dependencia desde que
el bueno de Frank y sus colegas diseñaran la teoría.
La lumpenburguesía canaria, esencialmente rentista, sostenida en base a
beneficios fiscales y la delimitación de una masa de consumo cautivo, ha
generado todo un mecanismo de amortiguación de las ambiciones y la movilidad
social basado en la aculturación social y a la creación de un sistema
clientelar, generalmente local, que produce una suerte de redistribución de la
riqueza como pago a la fidelidad dócil del individuo.
El éxito de este sistema ha dependido de altas dosis necesarias de corrupción,
nepotismo, represión de la disidencia, pedagogía de destrucción de la identidad
colectiva, etc… Todo esto inflando el sentimiento típico de inferioridad
postcolonial y enarbolando otros sentimientos prepolíticos como la canariedad o
creando el espejismo interesado del insularismo.
En las décadas recientes el sistema no ha tenido casi
grietas y el turismo no solo ha conseguido acabar con el resto de nuestros
sectores productivos, sino que ha aumentado hasta límites máximos nuestra
dependencia. El principal motor de nuestra economía, y por desgracia único,
está entregado a manos privadas, mayoritariamente catalanas, baleares,
madrileñas, alemanas, etc… y la presencia del sector público o de empresas
canarias resalta por su ausencia y por su reduccionismo localista
respectivamente. De ahí, que rozando máximos de afluencia turística lo
hagamos también en paro, pobreza y horas trabajadas.
Sin embargo, creo encontrarnos con suficientes
argumentos como para reflexionar si, fruto de los recientes acontecimientos,
una parte del Pacto Colonial comienza a resquebrajarse, o por lo menos se están
resituando los términos y los actores. Más allá del continuismo en el modelo de
Régimen Económico y Fiscal de Canarias como marco legal que ampara la
perpetuación de las actuaciones de la lumpenburguesía canaria y su relación con
el Estado y que, efectivamente, parecen no añadir nada nuevo; hay dos
elementos, la privatización
de los aeropuertos y el petróleo,
que tienen un nexo común novedoso: la imposición.
Desde la perspectiva de la Teoría de la Dependencia,
no es necesaria la imposición de la potencia dominante a la dominada, ni a sus
ciudadanos; el esquema es tan efectivo, como para generar precisamente el
encaje perfecto para la burguesía extractiva foránea, la lumpenburguesía
rentista local, y la exclusión de la masa social domesticada y
compasiva con su realidad. Sin embargo, atendemos ahora a un fracaso
estrepitoso del Pacto Colonial por parte del Estado Español, incapaz de
alimentar el hambre de sus sectores económicos sin imponer al pueblo canario
actividades contrarias a sus preferencias, y las de su lumpenburguesía, que, de
pronto, parece haber pegado un ligero estirón prepubertad, y sabe hasta
reconocer dónde vive.
Bien es cierto que factores como el electoralismo, el
afán martirizador de José Manuel Soria, o la necesidad de escapar al descrédito
institucional, podrían explicar muchos comportamientos, o por lo menos son
aristas a tener muy en consideración. Obviándolos osadamente, nos encontramos
ante el hecho de que la imposición supone un desafecto de la ciudadanía
canaria para con las instituciones del Estado, y a su vez de su propia
lumpenburguesía que se ha visto excluida del reparto y avocada a construirse un discurso propio, que aunque coyuntural, le permite
pensar desde una perspectiva autónoma, y eso, desgraciadamente, es anómalo.
Solo el tiempo dirá el alcance de los efectos de la
imposición unilateral del Estado, pero por lo menos, no cabe duda que estamos
asistiendo a hechos ajenos al tradicional Pacto Colonial, y la desembocadura de
los conflictos decidirá en cierta forma cómo quedará la nueva fórmula de
relación que parece estar incubándose, derivada precisamente del colapso del
sistema de ultradependencia, y que sitúa a la lumpenburguesía canaria en una
encrucijada que le augura un futuro distinto.