15/9/09

Turismo, hipocresía y dependencia

No hace mucho las autoridades autonómicas se rasgaban las vestiduras por la imagen ofrecida del país por un documental español. Y es que hipocresía es lo que abunda en unas autoridades, auténticos piratas del cemento, que han y están esquilmando nuestro territorio mediante pelotazos urbanísticos, obras faraónicas absurdas y desmantelamiento de la economía productiva. Ahora se escandalizan porque un documental no cumple las consignas panfletarias turísticas y muestra la pobredumbre de una sociedad servil (de servicios). Este artículo de Teodoro Santana aborda acertadamente este tema.


Al igual que en el pasado con el vino, el azúcar o la cochinilla, Canarias se ha convertido en estos últimos treinta años en una economía dedicada al monocultivo del turismo. Nuestro país ofrecía a las corporaciones turísticas europeas unas condiciones naturales óptimas y una debilidad política extremadamente fácil de explotar por la industria más lucrativa del mundo. Tras la penetración de los grandes touroperadores, una apariencia de desarrollo sin igual se produjo en el Archipiélago, a base de la multiplicación de apartamentos, hoteles, restaurantes, y demás servicios subsidiarios del turismo. No es de extrañar que mucha gente crea sinceramente que “debemos estar agradecidos al turismo” y que “el turismo nos sacó de la miseria”.

¿Pero son tantos los beneficios que nos reporta? La mayor parte del dinero gastado por los turistas va a los tour-operadores, a las aerolíneas, a las grandes cadenas de hoteles. Muy poco se queda en Canarias, en forma de cada vez menores márgenes de ganancia para las empresas locales (sometidas permanentemente al chantaje de los tour-operadores) y unos sueldos más bien escasos. Además, Canarias ha tenido que cargar con la creación de infraestructuras (aeropuertos, hoteles de lujo, campos de golf, carreteras, agua, saneamientos, etc.). La cuestión es especialmente grave si tenemos en cuenta que en un territorio frágil, dividido en islas y con apenas 7.447 kilómetros cuadrados, recibe doce millones de turistas cada año.


Esos turistas deben ser alimentados y atendidos con un enorme volumen de productos que han de ser importados, lo que ha contribuido decisivamente a la destrucción de la agricultura, ganadería y pesca de consumo interno (a lo que hay que añadir la imposición de las políticas europeas y la voracidad de la burguesía importadora), sino que también supone un aumento de los precios de los artículos que cubren sus necesidades básicas. El resultado es que Canarias tiene una economía cada vez más dependiente de las decisiones que se toman en consejos de administración de Berlín, Londres o Madrid. Nuestra economía y nuestro empleo dependen cada vez más del capricho y los intereses de los tour-operadores europeos.


Concebido como una industria intensiva, el turismo industrial masivo ha deteriorado irreversiblemente el Archipiélago. El exceso de construcción en determinados sitios de singular belleza ha terminado estropeando la misma razón que movía a visitarlos, por lo que hay que seguir avanzando en la búsqueda de otras playas y paisajes. El resultado son complejos turísticos sobredimensionados, aglomeraciones urbanas de aluvión, playas sucias y un medio ambiente deteriorado. El turismo, depredador y omnívoro, consume los lugares en los cuales se instala. Y vive al margen de la realidad social y cultural de ellos.


Pero esa realidad también se ve gravemente afectada. El turismo obliga a una permanente actitud servil (la “tradicional hospitalidad” canaria). Nada debe molestarle: hay que hacer que vuelva y permitirle todos sus caprichos, manías y desplantes. El empleado de recepción sonriente, el camarero complaciente, la limpiadora dispuesta y el conductor agradable no son más que las manifestaciones del servilismo decorativo para asegurarse el sustento. Y cuya manifestación más acabada es el turismo sexual (hetero y gay), promovido de forma abierta o encubierta por tour-operadores y por las propias instituciones públicas canarias. Basta con entrar en las páginas oficiales de las administraciones turísticas para comprobar de qué estamos hablando.


Las reiteradas alusiones a la “calidez” y la “belleza de la mujer canaria”, o las menos sutiles presentaciones del Archipiélago como “paraíso gay”, no son más que formas hipócritas de proxenetismo institucionalizado. No sólo se ofrece sol y playas, sino también el consumo de la belleza y la lozanía de nuestros jóvenes. A los turistas no sólo no se les molesta con sus prácticas sexuales, sino que subrepticiamente se les incita a ellas como parte del “paquete vacacional”. Hasta ese punto de degradación hemos llegado. Lo peor es que lo consideramos “normal”: todo sea por el turismo.


Eso sí: la moral burguesa debe mantener las apariencias: “virtudes públicas, vicios privados”. Cuando un par de cadenas de televisión privadas españolas, en puro afán de morbo y sensacionalismo, nos ponen delante del espejo, la imagen reflejada abre un mundo de rasgamientos de vestiduras y aspavientos hipócritas. No por lo que pasa, sino porque se cuente lo que pasa, por muy verdad que sea. ¿Hay interés en acabar con lo que se retrata? En absoluto: lo que se quiere es que se oculte. Aunque claro, no del todo. no vayan a pensar los turistas que somos un país de puritanos.


Aquí pensaban seguir, / ganando el ciento por ciento, / con casas de apartamentos, / y echar al pueblo a sufrir…”, cantaba Carlos Puebla. Hay que mostrar indignación por los reportajes, que se acercan las elecciones. Menos mal que tenemos “democracia” y “autonomía”, y podemos elegir a la madam del garito.

Teodoro Santana (PRCC)