Borja Rubio. Tamaimos. La llegada de Podemos al escenario político ha aportado, entre otras muchas cosas, la posibilidad de acabar con el discurso machacón y repetitivo de la Transición y reescribir así nuevos relatos desmitificando los cimientos sobre los que se basaron las élites, en gran medida salientes de la dictadura, para erigir este sistema eminentemente injusto.
También ha permitido disputar conceptos que se tenían anclados en el imaginario colectivo, pero cuyo desgaste era y es más que evidente, y cuya máxima representación es la grieta existente entre ciudadanía e instituciones.
"En Canarias también es necesario este trabajo pedagógico y renovador, que a su vez devuelva la ilusión a un pueblo ávido de planteamientos más cercanos, centrados y verosímiles."
Reescribir el discurso
En las Islas Canarias también es necesario este trabajo pedagógico y renovador, que a su vez devuelva la ilusión a un pueblo ávido de planteamientos más cercanos, centrados y verosímiles.
Nuestra historia, sin embargo, por lo menos en lo referente al discurso sobre el que se funda nuestra estructura social actual, no es derivada única y exclusivamente de la Transición Española o el Régimen del 78.
A poco que escarbemos nos daremos cuenta de que existe en esta tierra un trasfondo ineludible que se remonta tiempo atrás, y cuyos lastres avanzan a través de los años tomando diferentes formas pero con un sustrato ideológico similar. Estos nos llegan hoy como parte de un relato aprendido pero que está en descomposición. Ejemplos de las materializaciones de este relato son el régimen económico y fiscal de las Islas Canarias, nuestro estatus de importadores, el pleito insular, o en el plano más psicosocial ese complejo histórico que se manifiesta desde elementos tan diversos como el habla o la dificultad al ubicarnos geográficamente.
¿ Es por tanto el Régimen del 78 el discurso a reescribir en las Islas Canarias? Es evidente que no, por lo menos no el único; forma parte también de lo que hoy somos, pero su incidencia no ocupa todo el espectro del discurso dominante en este pueblo, cuya realidad es vertebrada por numerosos ejes, que van desde por ejemplo nuestra relación histórica interinsular ( la centralización, las deficitarias conexiones entre islas…) hasta nuestra casi inalterable realidad y poca repercusión a los hechos que acaecían en el resto del Estado, que con seguridad aparecen de forma tangencial en el análisis estatal de Podemos (me refiero entre otros a 2ª República, Guerra…) pero que aquí no serían aplicables a una lectura centrada en el archipiélago, o por lo menos, no con tanta determinación.
No debemos obviar que, entre otras muchas cosas, somos un lugar donde el nivel de vida y las relaciones de poder han permanecido casi inalterables hasta hace medio siglo e incluso algunas de nuestras instituciones más preeminentes como los Cabildos son previos a cualquier atisbo de hecho democratizador y siquiera integrador del territorio canario con el Estado.
Redefinir canariedad
"Cualquier observador objetivo descubriría que en nuestro territorio el mayor de los significantes vacíos, huérfanos, donde trabajar e incidir es la canariedad."
Este nuevo tiempo que se avecina, y que ya está transformando la política supone también la posibilidad de disputar conceptos.
Los cambios, las crisis…redefinen nuestra idea acerca de las cosas, y es en ese terreno donde nuestra acción debe ser incesable.
Conceptos como la libertad, democracia, sentido común, participación, ideologías, etc… ya están siendo trabajados y disputados, y nosotros aquí debemos encaminarnos en esa línea ahondando en aquellas contradicciones que se dan en las élites que buscan perpetuarse en el poder isleño.
Habla Podemos, a través de la teoría del argentino Ernesto Laclau de significantes vacíos, y de la construcción del sujeto político del cambio frente a un enemigo también a construir (la ciudadanía contra la casta por ejemplo).
Desde ese paradigma, cualquier observador objetivo descubriría que en nuestro territorio el mayor de los significantes vacíos, huérfanos, donde trabajar e incidir es la canariedad.
Un sentimiento prepolítico muy presente en nuestra concepción como comunidad humana y cuyo afloramiento lo vemos en las encuestas del CIS sobre identificación, en la presencia de enseñas canarias en las luchas medioambientales, o en el hecho nada desdeñable de que las élites con presencia histórica en las islas hayan mutado en gran medida hacia actitudes canaristas, siendo conocedores de la amplia acogida popular que tiene “ser canario.”
"Sentirse canario es más una concepción primitiva, no construida políticamente pero que nos atraviesa socialmente."
Es a simple vista inconcebible como en sentimiento de identificación con nuestra tierra, el Archipiélago Canario pueda “competir” en casi igualdad de condiciones con territorios donde existen movimientos nacionalistas consolidados y burguesías que llevan muchas décadas fomentando la politización de los sentimientos ciudadanos de pertenencia.
Precisamente, todo lo contrario a lo que aquí sucede, donde sentirse canario es más una concepción primitiva, no construida políticamente pero que nos atraviesa socialmente.
Un significante latente, cuya vehiculación para el cambio social debe trabajarse, ya que a nadie que tenga la ambición de llevar a cabo un proyecto de mayorías sociales para ganar, se le ocurriría obviar un concepto tan reconocible y presente, pero al mismo tiempo tan alejado de la arena política.
Construir el sujeto
"Si realmente lo que queremos es colocarnos en el centro del tablero político y hacer un proyecto de mayorías para transformar Canarias construyendo una nueva hegemonía este deberá pasar necesariamente por disputar la canariedad."
En sinergia con la disputa de la conceptualización del “ser canario,” se habilita la creación del sujeto político motor del cambio, quizás no de forma definitiva pero sí que enraíza con un delimitación como colectivo, que más que opcional es necesaria.
La lucha de los de “arriba contra los de abajo” se hace complicada en un pueblo fragmentado y ruralizado ( salvando algunas capitales y ciudades), donde los de arriba y los de abajo conviven, y las redes clientelares en gran medida familiares, amortiguan el estallido social, al tiempo que actúan de base de manteamiento de los núcleos de poder.
Vamos por tanto hacia la necesidad de hacer de la canariedad un escenario de disputa, politizando los sentimientos, frente a un enemigo que es común en todos los sistemas capitalistas, pero que también aquí tiene sus particularidades.
Para acabar y evitar equívocos, estoy convencido que, paradójicamente, sí que es posible hacer un proyecto político medianamente exitoso ( en términos electorales) en las Islas Canarias, obviando el concepto de canariedad y poniendo la vela en la dirección de los vientos que soplan desde Madrid; de hecho, es lo que han realizado de formas dispares e idéntica suerte los trillizos CC-PP-PSOE.
Pero no me cabe duda que si realmente lo que queremos, y a lo que aspiramos, es a colocarnos en el centro del tablero político en esta tierra y hacer un proyecto de mayorías sociales para transformar las Islas Canarias construyendo una nueva hegemonía, entonces este deberá pasar necesariamente por disputar la canariedad, reescribiendo desde ahí los múltiples relatos que se nos superponen cronológicamente hasta nuestros días, y entroncar por tanto, el cambio político con el significante latente más presente en este pueblo, construyendo el sujeto del cambio.